martes, 28 de abril de 2020

Apuntes biopolíticos mientras escucho All apologies de Nirvana y leo, en mi libro de primaria, las proezas de Daniel Alcides Carrión


En la mañana, he aprendido a lavarme las manos con conciencia mientras pienso en los cuerpos que se incendian en las calles de Guayaquil. Desinfectarme con alcohol, cada dos horas, mientras recuerdo a los mendigos del centro de Lima acogidos en una carpa provisional en la plaza de Acho. En la noche, antes de acostarme, me baño y, mientras me enjabono, se me vienen a la memoria las tumbas construidas a las afueras de la ciudad de New York que albergaran a los miles de muertos por causa del COVID-19.

Hace veintiséis días, exactamente, quedé hacinado en una ciudad fantasma sin libros, sin laptop y sin poder conciliar el sueño durante días. La radio, por la mañana, y la televisión, por las noches, insisten en que las medidas tomadas por el gobierno central se volverán rígidas si el porcentaje de contagiados aumenta con rapidez. Las mascarillas y los guantes han empezado a escasear en las farmacias y en los hospitales. Los muertos se incrementan en los países europeos. En el Perú, al virus, en cambio, se le considera ajeno a nuestra realidad tercermundista. Tampoco que será la principal causa de nuestra decadencia económica. Los días pasan y las teorías de conspiración se reproducen y empiezan a circular, con más frecuencia, en las redes sociales y en los mensajes privados. Hace algunos días, una niña de diez años ha predicho el fin del mundo en una radio local. La noticia se ha propagado en todo el país por los medios de comunicación y “los poderosos memes”. En mi ciudad, un conjunto de pobladores se ha opuesto a la designación que el estadio se convierta en el centro regional de infectados por el COVID-19. Disturbios y balas al aire es lo que ha dejado el descontento. Por otro lado, mi libreta de anotaciones está casi llena –desespera saber que no encontraré una similar en la ciudad- de cifras y reflexiones sobre el COVID-19, esbozos de mapas donde señalo la gravedad de los contagios en el mundo y citas filosóficas y políticas de mis lecturas fragmentadas. Sobre mi mesa de noche descansa Conversación en la catedral de Mario Vargas Llosa: una lectura pendiente.   

En una de las páginas de mi libreta leo una nota sobre dos libros para su urgente lectura: A Singular Man de James Patrick Donleavy y El nomadismo o la transfiguración de lo político de Michell Naffesolli. [Fechados en el mes de octubre del año pasado] Páginas más adelante aparece el nombre de Mijaíl Bulgákov, la teoría Gaia de James Lovelock y la afirmación: “…la globalización dará, como consecuencia, el nacimiento de un nuevo comunismo”. [Žižek]. [Fechados en el mes de diciembre del año pasado]. Peter Sloterdijik, en cambio, [pregona y reivindica que la filosofía es “dañar la estupidez”] afirma que no necesitamos un comunismo sino un “coinmunismo” que significa vacunarnos contra la posverdad imperante en nuestra época posmoderna. Debajo de la cita comento: el virus necesita de una célula viva para reproducirse, de igual manera, el capitalismo que no fenecerá, como algunos teóricos afirman, sino se adaptará a una nueva biopolítica que está dando importancia a la necropolítica (Achile Mbembe) –una fusión intelectual jurídica y biológica (darwiniana) que oficializa el derecho a elegir a quien matar, pero, todo ello, descansando en una estructura económica de privilegio y estabilidad.

Sé que cuando todo acabe, la gente se va a preguntar si la forma en que vivía era la correcta. Si éramos personajes de una historia distópica de Philip K. Dick o si, por fin, aceptaremos nuestra animalidad y nuestra fragilidad. El virus no discrimina, afirma, Butler, pero aporta a entender un cuerpo como un templo de vidrios que debemos cuidar. Las ideas de Byung Chul-Han –para extender la discusión filosófica- sobre el individualismo y las micropolíticas se enfocan en afirmar que se van a imponer como una estrategia a causa del desamparo del gobierno y la construcción del otro que no es “el enemigo conocido” sino el “ente letal desconocido”. Esta concepción, que se va a ir formando en las personas, va a construir un sinfín de posibilidades interpretativas que no poseía la tecnología y la biología como soporte en su reflexión científica. Otro tema que debemos reflexionar es sobre la posición discursiva de afrontar y escribir sobre el problema. En la actualidad se ha formado dos icebergs bien demarcados: la posición que desestima o niega la gravedad de fenómeno –los gobiernos de Brasil y Estados Unidos- y la del discurso dominante ortodoxo provenientes de Asia. Este último utiliza el miedo, la seguridad y la tecnología como forma de imponerse en los otros discursos para vendernos el modelo de subsistencia: su sistema policial, el modo del tratamiento del COVID-19, las redes 5G, la confiabilidad de la inteligencia artificial, la computación y los ordenadores, la recompensa social según el respeto de las normas y el comportamiento frente a la seguridad y salubridad. Pero, ¿a quién compraremos este sistema sofisticado? China posee la industria farmoquímica, automotriz, aeronáutica, electrónica y de telecomunicaciones como principales ejes de poder para imponerse, después de este encierro, al mercado liderado hasta hace pocos meses por Europa y Estados Unidos. ¿Tendremos dudas sobre lo que afirmo? De esta manera daremos inicio a “la época de soberanía” –termino de Byung Chul-Han- y la muerte de lo que entendíamos sobre globalización –afirmación de Žižek. [Enunciados y propuestas filosóficas opuesta, pero que nos sirven para afirmar una nueva posibilidad de cambio individual, político, económico y social].

Pandemia de Slavoj Žižek plantea que el COVID-19 será la principal causa del final de la globalización. Sopa de Wuhan, conjunto de ensayos interdisciplinarios sobre el tema, nos otorga una mirada diferente al tratamiento del tema: unos esperanzadores, otros aterradores y unos, finalmente, de caducidad de un tiempo histórico. Se me hace complicado leer en el ordenador, pero por necesidad he empezado a habituarme. [He dejado los subrayados y las notas en los márgenes de las páginas para escribir en mi libreta las citas importantes que leo. Trabajo duro que, con el pasar de los días, me he ido acostumbrando]. Mi horario impuesto es leer por las mañanas, por la tarde escribir y por las noches corregir hasta estar quedarme dormido. He decidido, también, a no leer comentarios de los muros de Facebook de “los especialistas” o ver videos virales compartidos por mi WhatsApp. Mis búsquedas en Google solo son mapas estadísticos sobre la pandemia en el mundo, en el Perú y en el lugar donde resido. Y, en definitiva, después de analizar las abrumadoras proyecciones del Ministerio de salud, he decidido no volveré a Lima este año. El caos, los más de tres mil infestados, la indisciplina y los problemas de asistencia en salud me han inclinado a la idea que lo mejor es quedarme en este pueblo fantasma. Tengo el suficiente tiempo para escribir, un sol primaveral, alimentos a bajo precio, los puestos de abastecimientos están cerca a mi casa, por ello, no necesito exponerme al contagio latente que existe en la capital. La gente de aquí no tiene la necesidad de salir: lo poco es suficiente y les basta. La pobreza los ha acostumbrado a este devenir. No hay señales de alarma, sus rostros siguen siendo tristes y su razonamiento sobre la pandemia es generalmente que es una enfermedad de la capital. Acá no existe ese concepto de “violencia hospitalaria” que plantea Jacques Derrida: “…dejarse violentar es ser extraído del lugar natural, removido por la otredad”. Un síntoma -parafraseando a Žižek- que experimenté cuando me establecí en Lima, viví en Iquique, Madrid o Sevilla. La idea de “extranjero” se puntualiza, para la comunidad, en el aporte que puedes otorgarles y no es “el enemigo” terrateniente velasquista. Ellos no poseen, por lo descrito, el racismo de Trump de señalar a China de sus errores, ni la posición de Boris Johnnson que piensa que los británicos pueden solucionar el problema por la vía del darwinismo social y provocar una inmunidad colectiva eugenésica. Ni mucho menos la de los alemanes creyentes que su sistema sanitario es superior al italiano y que, por lo tanto, pueden dar mejor respuesta al problema global. ¡Nadie ha visto el documental The devit and Daniel Johnston!, y, por ello, no están inmersos en la profunda tristeza universal ni al borde de la depresión. Los pobladores siempre empezaron sus actividades cuando salía el sol y acababan cuando este se ocultaba. No tiene la necesidad de acostarse viendo una película de Netflix, ni de escribir, todos los días, un mensaje esperanzador en su muro de Facebook. Su devenir –como los monjes que viven en el Himalaya- es simple porque así son felices. Un modo de vivir que hemos olvidados “los urbanos”, pero conviviendo con ellos, en esta ciudad fantasma, aprendo a redefinir mi felicidad, mi soledad y mi humanidad porque en esta pandemia también, como ellos, estoy desarmado, pero he buscado la manera de sobrevivir con lo poco que tengo.  


Josué Barrón (PUCP). Escritor, educador y comunicador cultural. Es colaborador de varios medios informativos locales e internacionales. Su interés académico es la crítica cultural y la creación literaria. Ha sido ganador del Premio de Literatura del gobierno regional de Lima, mención cuento (2014), y Premio Centenario PUCP, mención poesía (2017).

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