La mano de Josué siempre ha tenido esa magia que
permite volar a espacios que sólo se habitan en la mente, y El silencio solar no es la excepción.
Cada poema me lleva a caminar por calles que no conozco, tocar paredes que no
he visto, coleccionar fotografías en cajas negras que no he guardado, pero que
sé que existen en otros lugares del mundo y el universo.
Y como si nada más sucediera a mi alrededor, me
detengo y me percato de que existían memorias, recuerdos y un hábitat completo
de emociones… que renacieron, volvieron a ver la luz.
Pareciera que estos poemas contienen un enigmático
mensaje, que se cuela por los sentidos, despertando a la soledad, esa amiga que
tan olvidada tenemos, a la cual pretendemos esconder como si de algún enemigo
se tratara.
Bien lo menciona Barrón “No se olvida lo que se
ama, solo se aprende a amar la ausencia” y es esa ausencia la que llama al
oído, una vez que se concluyen las páginas. Porque siempre se está, solo que a
veces dormido. Y esta lectura ha sido un despertar, hacia aquello que se
guardaba en el pecho.
Más allá de todo, me quedo con una pregunta… “¿es inevitable que busque la profundidad en la cotidianidad?”. Sí, lo es…
Catherine
Flores Vega
(Cathy Flor)

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