jueves, 10 de junio de 2021

Un almuerzo en la hierba junto a Josué Barrón en el silencio solar

Josué Barrón, en el silencio del atardecer, contempla la soledad; continente del vacío. Contempla parado desde una esquina de la página en blanco, que es la casa del poeta, así también la caja, el cajón, el ataúd, su muerte.  

Desde el vértice dispone símbolos, presenta un universo donde la voz es delicada para no alterar lo que surge de la vacuidad de lo observado; sin que ello suponga fragilidad, pues se cuestiona y ambiciona el poder de aprehender la belleza, como tantos poetas en la historia. Esto se puede apreciar en el poema “Arte poética”, de la primera sección del libro: “Poemas orientales sobre el hogar y la contemplación de las hojas secas”, donde dice:

 

¿Es inevitable que busque la profundidad

en la cotidianidad?

¿Sabe lo blanco conservar lo negro?

 

Abandono el exceso,

el esfuerzo

y la ambición de concebir la belleza.

 

Conocedor de la tradición en la que se recae la propuesta de “El silencio solar”, la voz que Barrón Alor presenta, desde un inicio de este proyecto, una clara referencia o intención hacia la sensibilidad, simbología y composición a la cultura oriental con golpes de ternura (Matías, la abuela) y matices de dolor y oscuridad, que no llegan a opacar la luz de los poemas en general; de esta forma, nos traslada a su universo, a su casa. Así, el lector no solo observa, sino que acompaña a la voz, que permanece solitaria, pero a nuestro lado.

La influencia oriental se hace más compacta mientras se avanza en la lectura: aparecen el tigre (con referencia también al cuento de Jorge Luis Borges y al poema de Willima Blake), el itamae (cocinero oriental), las hojas secas, el crisantemo, el té, entre otros; así como otras evocaciones a la naturaleza en forma de mariposas, el mar, las gaviotas, los peces; es decir una composición que evoca musicalmente al chill wave o pictóricamente a una galería de pequeños cuadros (por la brevedad de la mayoría de poemas), o más bien grabados orientales, preciosos, con escenas y elementos muy bien meditados, como se lee en la segunda parte del poema “El tigre”:

 

Es un tigre

trazado por el pincel

de un artista chino.

 

En “Cita”, el poema final de “Poemas orientales…”, la meditación y la trascendencia de la filosofía china, que fueron recurso para su trazo poético, es confrontado, en alguna medida, con la identidad de la voz con cierta resignación a su propia esencia:

 

La gente pasa

y no te reconozco en sus rostros,

pero sé que tu sonrisa subsiste en cada uno de ellos.

Debe ser que por eso se alejan.

Y debe ser

que siempre termino contemplando

cómo crece la hierba.

 

A continuación, “Poemas occidentales sobre La Guerra Fría”, es un poco el balance al velo de hilos de seda fina con los que se traslucen los doce poemas del primer grupo, pues hallamos una voz con mayores matices, fluidez, intención y acción; como se podría imaginar a partir de la mención a lo occidental en el título en contraste a lo oriental.

Son siete poemas en los que aprecio que Barrón Alor continúa jalando el hilo de la soledad, ya no con una visión o sensibilidad aséptica ante el entorno o el espacio poético, sino desarrollando con mayor riqueza la ternura de la inestabilidad humana frente a la razón y la belleza, que encuentro en el poema “El boxeador”, que finaliza diciendo, con palabras de Muhammad Ali (a quien, por casualidad, también tomo para un poema de mi libro “queridolucía”) y de Edmond Rostand:

 

Cae

como la hoja en el otoño,

como la lluvia en su ventana

como los árboles en la selva

como las lágrimas que derrumban la noche

como la foto de mi madre que esconde en su puño.

Cuando tienes la razón,

nadie lo recuerda;

cuando estás equivocado, nadie lo olvida.

¡Oh Sombra, tú, sin la cual todas las cosas

no serían sino lo que son!.

 

Y otros textos como “El parque”, que en uno de sus versos declara:

 

Escribo en mi cuaderno

que los poemas, con el tiempo,

son los seres que nos dejaron.

 

O, en “El médico” donde se lee:

 

Pepe coloca su estetoscopio en mi corazón

y escucha mis pocas ganas de vivir.

Siento como sus dedos trazan

la soledad en mi pecho.

 

Entonces, encontramos que la perspectiva desde la que nos parecen hablar estos poemas es más compleja, y con referentes más cotidianos, tanto para los títulos (“Los amantes”, “El parque”), como para la selección de referencias e imágenes en la composición de los poemas.

Así, vemos que, en este apartado, se enuncia -además del antes mencionado púgil-, a la actriz y leyenda mexicana, María Félix, en el poema “Masa”, que de cierta forma toma algo de los muchos poemas en los que el poeta habla con los muertos, como puede ser “Un sueño” del francés premio nobel, Sully Prudhomme, cuando Barrón Alor dice:


Tampoco quiero que me repitas los versos:

«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»,

ni pidas a la Virgen del Carmen

por mi salud resquebrajada

o mi paz eterna

porque ya pedí por ustedes.

No la agobien.

Prefiero que me digas, al oído,

que el camino es largo,

pero todo estará bien.

Me basta con que sepan que fui feliz

—durante setenta y dos años—

a lado de tu abuelo

y cuarenta con ustedes. 


El libro concluye con un poema corto llamado “Un cuadro de Edward Hopper”, la mención al pintor norteamericano, conocido por sus relatos de la soledad en la modernidad, resulta precisa e inteligente, pues remarca la gran influencia de la pintura en su proyecto, para trasladar al texto el aura y la atmosfera del silencio de los espacios urbanos o rurales, reales; a veces metafísicos, o de lejanía de los mismos. Esa característica hilvana las dos secciones en las que el autor ha dividido “El silencio solar”, cuya propuesta denotan un trabajo profundo, comprometido y estudiado, que no ha pasado desapercibida y fue destacada como primer puesto en poesía del Premio Centenario PUCP, en el 2017.

 

 

Rafael García-Godos Salazar (Lima, 1979). Es autor de No importa borrar (1999), VIRUSPOP/RAGGS (2004), Eto (2005) y Queridolucía (2007). En 2005, por su experimentación con el diseño y la plástica, obtuvo el premio Poema-Objeto Oquendo de Amat, de la Municipalidad Metropolitana de Lima. Fue reconocido dos años consecutivos (2006 y 2007) con el premio Dorian Arts a la poesía de diversidad sexual. Ha escrito guiones y dirigido El sendero de Pedro, premiado como el mejor cortometraje en el concurso convocado por la agencia creativa de publicidad mundial DDB (Panamá, 2000). Ha sido incluidos en las antologías Poesía Perú S. XXI 60 poetas peruanos contemporáneos (Perú, 2007), 4m3r1c4 novísima poesía latinoamericana (Chile, 2010), Versos di-versos (Venezuela, 2012), entre otras. Sus textos aparecen en revistas y publicaciones impresas y digitales de Perú, México, Chile, Argentina y Ecuador. 

 

 

sábado, 5 de junio de 2021

Catherine Flores Vega sobre El silencio solar


La mano de Josué siempre ha tenido esa magia que permite volar a espacios que sólo se habitan en la mente, y El silencio solar no es la excepción. Cada poema me lleva a caminar por calles que no conozco, tocar paredes que no he visto, coleccionar fotografías en cajas negras que no he guardado, pero que sé que existen en otros lugares del mundo y el universo.

Y como si nada más sucediera a mi alrededor, me detengo y me percato de que existían memorias, recuerdos y un hábitat completo de emociones… que renacieron, volvieron a ver la luz.

Pareciera que estos poemas contienen un enigmático mensaje, que se cuela por los sentidos, despertando a la soledad, esa amiga que tan olvidada tenemos, a la cual pretendemos esconder como si de algún enemigo se tratara.

Bien lo menciona Barrón “No se olvida lo que se ama, solo se aprende a amar la ausencia” y es esa ausencia la que llama al oído, una vez que se concluyen las páginas. Porque siempre se está, solo que a veces dormido. Y esta lectura ha sido un despertar, hacia aquello que se guardaba en el pecho.

Más allá de todo, me quedo con una pregunta… “¿es inevitable que busque la profundidad en la cotidianidad?”.  Sí, lo es… 


Catherine Flores Vega

(Cathy Flor)

 Mg. en Ciencias de la Comunicación, profesora de educación universitaria de la ciudad de Arica, extremo norte de Chile. Diplomada en Diseño Tipográfico, Terapeuta Holística Integral. Suele dejar las cosas inconclusas, teme a la soledad, pero se declara solitaria. De escasos amigos. Es feliz y agradecida.


martes, 1 de junio de 2021

Patricia Bennett sobre El silencio solar

Josué Barrón es un joven poeta, académico y bloguero peruano que nos ha visitado en años pasados. Estamos frente a su brillante poemario El silencio solar que transita entre los poemas occidentales de la prosa testimonial y los poemas orientales que entibian la tarde.

Un melancólico vacío existencial tiñe las cosas y los versos, pero Matías es el conjuro, el mago, dador de sentido a ‘la extrema vacuidad’.

Al igual que algunos peces, Barrón se resiste a dejar el abismo, para sumirse en una bajada a lo esencial donde “no encuentro ni ventarrones ni aguaceros /  pero sí una fuente, y en lo alto,/ un atardecer y a mi hijo”

El abismo aparece como un motivo recurrente, a veces en los ojos de un Borgeano tigre de papel que el niño pueda escuchar rugir bajo el último sol de sombra de su corazón. El oxímoron ‘sol de sombra’ juega con la dualidad de auge y caída que parecen estructurar el tono básico del libro.

El tiempo, que se presenta como un acechador, contribuye a esta visión. Todo aparece marcado por su propio tiempo solemne. La vida, entonces, se traduce en verbos en presente, paisaje detenido en una hora contemplativa:

“El árbol se guarece / el aroma del té reposa/  la orquídea germina y destila aroma/ la abuela teje”.

En este contexto, el hijo es evidencia que anula el sentimiento de despojo: una tarde de juegos permite observar poéticamente la vida y desde allí construir una poesía que busca respuestas. Aún así, “la eternidad es una palabra esquiva para los hombres”.

Todo es metaforizado, el castillo frágil en la arena, el tiempo que se escurre, la naturaleza que completa su círculo y no envejece. ¿Su castillo resistirá el viento de la noche?

Poesía contemplativa, de acuarela, tonos y ritmos, como el Haikú. El espesor de los sentimientos se comunica al extremo de hacer sentir el dramático juego del despojo.

La poesía de Barrón es una poesía de síntesis y de logro extremo en significación, de contrastes en que padre e hijo juegan a estar juntos pero conociendo el final del juego. Esa circunstancia transforma el tiempo y concede al poemario un tono de reflexión existencial ante el vacío.

 Leer este potente libro nos permite respirar el lado tenue de las palabras profundas.

 

Patricia Bennett Ramírez, chilena, antofagastina, Pedagoga en Castellano por la Universidad del Norte y Doctora © en Evaluación, Mejora y Calidad en la Educación Superior,  por la  Universidad de Cádiz.

Académica de la UCN durante quince años, Vicerrectora fundadora de la Universidad José Santos Ossa y Rectora fundadora del Colegio San Patricio.

Actualmente dicta clases de Historia del Teatro en la Carrera de Artes escénicas de la Universidad de Antofagasta y es miembro del Consejo Consultivo de la Cultura, las Artes y el Patrimonio.  Desde 2009 es miembro de la Corporación Cultural Linterna de Papel Andrés Sabella.  

En mayo de 2017, la Academia Chilena de la lengua oficializó su ingreso como Miembro Correspondiente por Antofagasta, incorporación que se realizó el 29 de junio de 2018.