Josué Barrón, en el silencio del
atardecer, contempla la soledad; continente del vacío. Contempla parado desde
una esquina de la página en blanco, que es la casa del poeta, así también la
caja, el cajón, el ataúd, su muerte.
Desde el vértice dispone símbolos, presenta
un universo donde la voz es delicada para no alterar lo que surge de la
vacuidad de lo observado; sin que ello suponga fragilidad, pues se cuestiona y
ambiciona el poder de aprehender la belleza, como tantos poetas en la historia.
Esto se puede apreciar en el poema “Arte poética”, de la primera sección del
libro: “Poemas orientales sobre el hogar y la contemplación de las hojas secas”,
donde dice:
¿Es
inevitable que busque la profundidad
en
la cotidianidad?
¿Sabe
lo blanco conservar lo negro?
Abandono
el exceso,
el
esfuerzo
y
la ambición de concebir la belleza.
Conocedor de la tradición en la que se recae
la propuesta de “El silencio solar”, la voz que Barrón Alor presenta, desde un
inicio de este proyecto, una clara referencia o intención hacia la
sensibilidad, simbología y composición a la cultura oriental con golpes de
ternura (Matías, la abuela) y matices de dolor y oscuridad, que no llegan a
opacar la luz de los poemas en general; de esta forma, nos traslada a su
universo, a su casa. Así, el lector no solo observa, sino que acompaña a la
voz, que permanece solitaria, pero a nuestro lado.
La influencia oriental se hace más
compacta mientras se avanza en la lectura: aparecen el tigre (con referencia
también al cuento de Jorge Luis Borges y al poema de Willima Blake), el itamae (cocinero oriental), las hojas
secas, el crisantemo, el té, entre otros; así como otras evocaciones a la
naturaleza en forma de mariposas, el mar, las gaviotas, los peces; es decir una
composición que evoca musicalmente al chill
wave o pictóricamente a una galería de pequeños cuadros (por la brevedad de
la mayoría de poemas), o más bien grabados orientales, preciosos, con escenas y
elementos muy bien meditados, como se lee en la segunda parte del poema “El
tigre”:
Es
un tigre
trazado
por el pincel
de
un artista chino.
En “Cita”, el poema final de “Poemas
orientales…”, la meditación y la trascendencia de la filosofía china, que
fueron recurso para su trazo poético, es confrontado, en alguna medida, con la
identidad de la voz con cierta resignación a su propia esencia:
La
gente pasa
y
no te reconozco en sus rostros,
pero
sé que tu sonrisa subsiste en cada uno de ellos.
Debe
ser que por eso se alejan.
Y
debe ser
que
siempre termino contemplando
cómo
crece la hierba.
A continuación, “Poemas occidentales
sobre La Guerra Fría”, es un poco el balance al velo de hilos de seda fina con
los que se traslucen los doce poemas del primer grupo, pues hallamos una voz
con mayores matices, fluidez, intención y acción; como se podría imaginar a
partir de la mención a lo occidental en el título en contraste a lo oriental.
Son siete poemas en los que aprecio que
Barrón Alor continúa jalando el hilo de la soledad, ya no con una visión o
sensibilidad aséptica ante el entorno o el espacio poético, sino desarrollando
con mayor riqueza la ternura de la inestabilidad humana frente a la razón y la
belleza, que encuentro en el poema “El boxeador”, que finaliza diciendo, con
palabras de Muhammad Ali (a quien, por casualidad, también tomo para un poema
de mi libro “queridolucía”) y de Edmond Rostand:
Cae
como
la hoja en el otoño,
como
la lluvia en su ventana
como
los árboles en la selva
como
las lágrimas que derrumban la noche
como
la foto de mi madre que esconde en su puño.
Cuando
tienes la razón,
nadie
lo recuerda;
cuando
estás equivocado, nadie lo olvida.
¡Oh
Sombra, tú, sin la cual todas las cosas
no
serían sino lo que son!.
Y otros textos como “El parque”, que en
uno de sus versos declara:
Escribo
en mi cuaderno
que
los poemas, con el tiempo,
son
los seres que nos dejaron.
O, en “El médico” donde se lee:
Pepe coloca su estetoscopio en mi corazón
y escucha mis pocas ganas de vivir.
Siento como sus dedos trazan
la soledad en mi pecho.
Entonces, encontramos que la perspectiva desde la que nos parecen hablar
estos poemas es más compleja, y con referentes más cotidianos, tanto para los
títulos (“Los amantes”, “El parque”), como para la selección de referencias e
imágenes en la composición de los poemas.
Así, vemos que, en este apartado, se enuncia -además del antes
mencionado púgil-, a la actriz y leyenda mexicana, María Félix, en el poema “Masa”,
que de cierta forma toma algo de los muchos poemas en los que el poeta habla
con los muertos, como puede ser “Un sueño” del francés premio nobel,
Sully Prudhomme, cuando Barrón Alor dice:
Tampoco quiero que me repitas los versos:
«¡No
nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»,
ni
pidas a la Virgen del Carmen
por
mi salud resquebrajada
o
mi paz eterna
porque
ya pedí por ustedes.
No
la agobien.
Prefiero
que me digas, al oído,
que
el camino es largo,
pero
todo estará bien.
Me
basta con que sepan que fui feliz
—durante
setenta y dos años—
a
lado de tu abuelo
y cuarenta con ustedes.
El libro concluye con un poema corto
llamado “Un cuadro de Edward Hopper”, la mención al pintor norteamericano,
conocido por sus relatos de la soledad en la modernidad, resulta precisa e
inteligente, pues remarca la gran influencia de la pintura en su proyecto, para
trasladar al texto el aura y la atmosfera del silencio de los espacios urbanos o rurales, reales; a veces
metafísicos, o de lejanía de los mismos. Esa característica hilvana las dos
secciones en las que el autor ha dividido “El silencio solar”, cuya
propuesta denotan un trabajo profundo, comprometido y estudiado, que no ha
pasado desapercibida y fue destacada como primer puesto en poesía del Premio
Centenario PUCP, en el 2017.
Rafael García-Godos Salazar (Lima,
1979). Es autor de No importa borrar (1999), VIRUSPOP/RAGGS (2004), Eto (2005)
y Queridolucía (2007). En 2005, por su experimentación con el
diseño y la plástica, obtuvo el premio Poema-Objeto Oquendo de Amat, de la
Municipalidad Metropolitana de Lima. Fue reconocido dos años consecutivos (2006
y 2007) con el premio Dorian Arts a la poesía de diversidad sexual.
Ha escrito guiones y dirigido El sendero de Pedro, premiado como el
mejor cortometraje en el concurso convocado por la agencia creativa de
publicidad mundial DDB (Panamá, 2000). Ha sido incluidos en las
antologías Poesía Perú S. XXI 60 poetas peruanos contemporáneos (Perú,
2007), 4m3r1c4 novísima poesía latinoamericana (Chile,
2010), Versos di-versos (Venezuela, 2012), entre otras. Sus
textos aparecen en revistas y publicaciones impresas y digitales de Perú,
México, Chile, Argentina y Ecuador.


